Tierra de mi querer, valle de San Javier, tus serranías llenas de flores con su belleza me hacen soñar
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Ese acontecimiento se lo contó el mismo
señor Brochero a la mamá del actual obispo auxiliar de Córdoba, Monseñor Ramón Castellano.
“Estaban, dice, muy atareados en más de la mitad de la edificación, cuando
empezando el trabajo muy de mañana, lo vinieron a requerir para una distante
confesión. Sin dilación subió en la mula, como lo tenía de costumbre, y tomó
las cuestas de las altas sierras. Pero fuese muy apenado, porque ese día no
tenía aún qué dejar para comer a los trabajadores. Se imaginaba en su apuro,
que si llegado el mediodía no hallaban comida, se retirarían molestados, siendo
después capaces por aquella falta, de hacerse los remolones. Se afligía, pues,
mucho y depositaba su confianza en el Señor, por cuanto la obra era suya.
Comenzó en sus rosarios y sobre todo se iba encomendando muy mucho a su abogado
San José. Le rogaba, como a patrón y señor, que proveyera. Así fue a la
confesión y no pudo estar de vuelta hasta declinada la tarde.
Al llegar a la Villa y acercarse a su
obra, pensó no hallaría a ninguno de los obreros, que se habrían retirado como
burlados. Se llenó empero de admiración cuando observó a todos contentos como
pocas veces y esperando órdenes para el otro día. Y más se admiró, porque le
dieron gracias por la comida, que les había enviado.
El hecho fue que, a media mañana, se
presentó un hombre desconocido y trajo una muy linda vaquillona, diciéndoles,
que “eso les envía para que tengan de comer los del señor Brochero”. “Que
ellos hicieran asado y otro plato con las sobras y sesos, y que con el vino y
pan que les puso el Mayordomo, lo pasaron mejor que nunca”.
Procuró el señor Brochero tomar nota
del hombre y de sus señas, pero ni él ni otro alguno pudo saber después quién
fuese, aunque en aquellas regiones son todos tan conocidos.
El señor Brochero refería esto a doña
Rosa Castellano, y se afirmaba en la fe y confianza, que siempre de manera
especial había puesto en San José. La piedad llevó a este hombre singular a
que, ya levantados los edificios, a fuer de agradecido, hiciera siempre rezar
al fin de cada acto en los retiros “un Padrenuestro al señor San José”.
No dudaba ya, desde entonces, un punto el señor Brochero en la providencia de
lo alto. Por ello añadía: “que sería de injuria y agravio al Señor si no
confiara”.
Puesto su corazón en esa firme fe así
viva, se estaba un día después de la misa adentro de su casa con el señor
Molina. Se temía ese señor y aun muchos de la villa, que la obra se pararía por
carecer de los miles de recursos que se precisaban, puesto que de lo allegado
ya casi se tocaba al fin.
Se reía a carcajadas el señor Brochero
en forma que se lo oía de afuera, y decía: “que no faltaba más, y que buen
juego se le iba a hacer al diablo. Y que mal te pesara, aquella obra se
terminaría”. Cuanto dijo el señor Brochero se lo refirieron a un caballero
muy rico de Pocho, y éste “que se llamaba don José María Soria, dice
Brochero, sabiendo que yo me resolvía a las benéficas y grandiosas obras y
que me reía a gritos, el pueblo reunido en la plaza, por temor que me faltase
el dinero para terminarlas, se costeó desde Pocho a ofrecerme prestado los
miles de pesos, que fueran necesarios, sin tener relación conmigo ni
conocerme”.
El Cura Brochero y la familia Castellano Torres
Referencias de José María Castellano y su esposa en el libro del RP Antonio Aznar S.J.”El Cura Brochero” en su apostolado sacerdotal su vida espiritual y legendaria en heroísmos (Ediciones Castellanas)
Pág. 119 y sigs
| Vinculado a | Rosa Torres Carranza |
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